mar 31 2010
Viendo series
Antes de comenzar, advierto que esta entrada contiene spoilers de dos series, Flashforward y Perdidos (Lost). Si no las ha visto y no quiere que le cuenten el argumento, no siga leyendo.
Sigo estas dos series al ritmo que me permite la conexión vía satélite, porque si lo siguiera al ritmo de programación de las cadenas de TV al uso, lo llevaría crudo.
Este lunes volvieron a emitir Flashforward tras la pausa que se concedieron para tratar de levantar la serie después de que hubiera perdido el rumbo.
Cuenta Isaac Asimov en La Edad de Oro (última obra suya que leí, y lo hice para entender porqué había dejado de gustarme) que su cuento (relato corto) más premiado y encomiado era Cae la noche. Y también que si alguien le hubiera susurrado al oído este futuro, en el momento de ponerse a escribir, se hubiera quedado clavado en el sitio, impactado por la noticia, incapaz quizá de escribirla, y por tanto, habiendo cambiado su futuro.
Esta anécdota de Asimov es la esencia de la serie Flashforward. Hemos tenido que esperar al capítulo 11 (el primero tras la pausa) para que alguien lo diga: la psicóloga que trata al cada vez más desdibujado e innecesario protagonista, Mark Benford. Y eso que ya vimos cómo uno de los compañeros de Benford se suicidaba para cambiar su flashforward. Este compañero vio que había matado a una mujer, madre de familia, y para evitarlo decidió cambiar el futuro: con él muerto esa mujer ya no moriría por su causa. Por otro lado, tenemos en la serie personajes en mala situación personal que gracias a su flashforward se han recuperado anímicamente y están tras ello dispuestos a comerse el mundo.
A mí me parece que relatar el hipotético futuro de los protagonistas de la serie, en plan coral, es aburrido. Porque, en primer lugar, a veces no interesan ni vienen al caso, y, en segundo lugar, a fin de alargar las tramas están enredando los cruces y descruces de casualidades, con lo que las historias personales no tienen fin. Me parece también que centrarse en la acongojante historia de Mark Benford, con su perspectiva de recaída alcohólica y fracaso matrimonial, es como tratar de observar una gota de agua en mitad del océano. Su caso no es el peor ni el más preocupante. Excepto para Benford y familia, claro. Solo que centrar una historia coral (aburrida) en los traumas de unos pocos, es asimismo aburrido. Y, a todo esto, seguimos pendientes de saber lo que pasó en Somalia.
Tras el regreso parece que la cosa ha cambiado, y, en mi opinión, a mejor. Ahora el núcleo de la historia es el ¿qué pasó y cómo? en lugar de ¿qué me pasó y qué voy a hacer con ello? De lo personal y caótico (amén de aburrido) a lo policiaco. Para ello han tenido que dar dos golpes de efecto. El primero, rediseñar el flashforward de Benford, al que le han incorporado una coletilla que supuestamente antes no recordaba. El segundo, desvelar la identidad del Sospechoso Cero, ese alguien que no se desvaneció durante el flashforward, y que parece la clave de la historia. Con ello, por cierto, han convertido al prescindible Benford en más prescindible aún. Además, como, afortunadamente, ya han “quemado” muchos “recuerdos del futuro” de los personajes secundarios, éstos ya no dan más la tabarra con sus reminiscencias.
Nuevo malo, y quizá nuevo protagonista de la serie: el doctor Simon Campos (Dominic Monaghan). Más entretenido e interesante que Benford, sin duda.
De todos modos, el mal de la serie Flashforward, si es que alguno tiene, es otro. A sus creadores (Brannon Braga y David Goyer) alguien les susurró al oído: “Vais a escribir y producir la serie de fantaciencia más importante de los próximos años, la serie que va a dejar atrás a Battlestar Galactica y a Perdidos…” y ellos se quedaron helados y acongojados. Cuando se recuperaron del susto ya se habían olvidado de que tenían que contar una historia original.
Que conste que, aun con sus defectos, a mí esta serie me gusta, me divierte, ha sido así desde el comienzo, y la sigo siempre que me es posible. Si alguien ha deducido de mi crítica que no me gusta, se equivoca.
La otra serie que estoy siguiendo es Perdidos, a la que ya le queda poco tiempo de estar en antena. De las series actuales, pocas, si es que hay alguna, me ha hecho pasar tan buenos ratos de TV ésta. En ese sentido, la temporada final (la 6ª) no me está defraudando.
Pero no es eso de lo que quería escribir. Ayer martes pude ver un episodio centrado en el “inmortal” Richard Alpert, del que acabamos de saber que es español, y chicharrero, por más señas.
A menos que el convertir a Richard en Ricardo el de Tenerife tenga algún sentido que aún no sepamos, la verdad es que a mí no me da ni frío ni calor el origen de este personaje. Peor aún, y aquí es donde quiero llegar, la ambientación (trajes, personajes accesorios, casas, objetos…) que han hecho del personaje parece más válida para la isla de Cuba en 1817 que para la isla de Tenerife en 1867. Quizá en este caso se hayan pasado de frenada los productores y guionistas de Perdidos, que por lo demás cuidado los detalles con mucho mimo. No sé. En Perdidos las cosas pocas veces son lo que aparentan, así que a lo mejor los detalles que hemos visto son relevantes. Si no es así, la verdad es que a mí me importa muy poco que haya un personaje de esta serie que sea español, si a cambio retratan un trozo de España con el típico cliché de país chicano lleno de gente que se afeita una vez al mes y lleva lamparones de grasa y de sudor en la única ropa que tienen.
Richard/Ricardo cabalgando en 1867.
Además de esto, el capítulo me pareció el más flojo de esta temporada final hasta el momento. La verdad, hay cosas de esta serie, o de otras, que no es imprescindible explicar. La desesperación de Richard tras la muerte de Jacob, al cual había dedicado su vida “inmortal”, y la explicación del tapón de la botella como metáfora de la Isla, sí son cosas relevantes, y no si Richard se llamaba Ricardo.
Por cierto, tengo ganas de saber porqué el arma que hay que usar contra Jacob y contra John Locke ha de ser necesariamente un pugio romano. Por lo visto no vale otra arma blanca. ¿O sí?